Me despierto muy temprano en la
mañana, y veo que se ha hecho muy tarde y necesito arreglarme antes de irme al
trabajo, la jornada me espera, esa oficina fría y sola, como desierta, en la
que ya no me siento a gusto; aunque al principio era un sueño hecho realidad,
claro era una joven, muy ingenua; que pensaba que eso sería una vida
emocionante y placentera, pero el choque con la realidad ha sido tremendo,
aunque a veces siento como si me dividiera entre dos mentes dispares y contradictorias,
una que se sabe de memoria su trabajo, que domina al máximo sus capacidades,
que siempre está segura de donde pisa, mientras que la otra es más soñadora, frustradamente
apasionada, algo así como una mujer triste con vocación de alegre, un ser distraído
a quien no le importa por donde corre la pluma, que ni sabe que escribe con ese
lapicero azul que dentro de poco quedara negra, y solo tenía ese destello donde
podía compartir un café con su amado, donde ese momento fulgurante era la
felicidad, ahí, en ese instante donde estaba el café recién servido, caliente (realmente
muy caliente), con espuma y con sabor a gloria, por así decir; pero todo fue
interrumpido por la dolorosa realidad, el ya no estaba, se había ido y no
pensaba regresar; ella tuvo que aceptar la realidad y aprendió a vivir como una
carenciada, tullida, errante en un mundo de sombras, donde trataba de aplicar
el ojo a un orificio místico que quizá ofrezca una realidad luminosa mas allá,
un lugar a donde llegar…
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